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El hombre dorado

Tiene mucho de romancesco y es increíble la vida del Autor.

Su historia inicia una ya lejana mañana, con tan solo dieciocho años. Está caminando por Corso Buenos Aires, la calle más comercial de Milán y de toda Italia. Se acerca a una librería y observa con curiosidad el escaparate, tal y como acostumbra a hacer desde niño. En esta ocasión sus ojos son atraídos por un grande libro negro: se trata de un volumen sobre la historia de los Incas. Observa encantado aquella palabra: Incas. Entra y compra el libro. Una vez ojeadas las páginas, su mundo viene trastornado por un irrefrenable e inexplicable deseo: buscar y descubrir El Dorado. Decide partir enseguida hacia el Perú. La pasión por esta extraordinaria civilización sudamericana cambiará radicalmente su vida. Han pasado diversos años desde aquel día. En medio ha realizado estudios científicos de muy alto nivel, ha aprendido lenguas y dialectos del mundo, ha llevado a cabo viajes «rocambolescos» y exploraciones de los lugares más inaccesibles del planeta, descubrimientos éstos que podrían rediseñar parte de la historia humana hasta hoy narrada.

 

El Dorado, decíamos. Lugar que ha permanecido durante siglos legendario, un sitio rebosante de oro y de inestimables tesoros que ha obsesionado a los conquistadores europeos desde el inicio del 1500, antes incluso del descubrimiento del imperio inca. Durante todo el siglo XVI, generaciones de aventureros y exploradores se han sucedido en el Nuevo Mundo persiguiendo el sueño dorado, explorando palmo a palmo las montañas de los Andes, internándose en la selva amazónica y navegando a través de los ríos de toda América del Sur. Son recordadas las expediciones de los españoles Diego de Ordaz, Gonzalo Jiménez de Quesada, Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre, Antonio y Fernando de Berrío, Domingo de Vera e Ibargoyen, de los ingleses Walter Raleigh y Laurence Keymis, por citar solo algunos de los principales protagonistas. El sueño, o delirio del oro, continuó asimismo durante los siglos sucesivos, siempre sin éxito. Posteriormente, con el transcurrir del tiempo, aquella quimera pareció desvanecerse.

 

¿Leyenda o realidad?

 

El origen probable de la leyenda de El Dorado nos traslada a uno de los rituales del Autor, que cada noche, desde hace años, se aplica sobre el rostro y cuello una crema a base de oro. Se observa ante el espejo transformarse en un hombre dorado. El oro tiene potentísimas propiedades regeneradoras, antiinflamatorias, antibacterianas y antioxidantes. Actúa sobre la piel aportando un impresionante número de beneficios: previene el envejecimiento, reduce las arrugas y manchas, ilumina la piel elastizándola, la repara de los rayos solares, previene la pérdida de colágeno, etc. Un verdadero elixir de bienestar que nos trae a la mente aquella «Fuente de la Juventud» perseguida desesperadamente por los conquistadores; un manantial legendario, símbolo de eterna juventud, que habría contenido un agua capaz de rejuvenecer a los que fuesen bañados en ella. La ubicación de la mítica fuente ha sido objeto de discusiones desde tiempos inmemorables, no obstante tras el descubrimiento de América se ha creído que pueda encontrarse en el Nuevo Mundo. En realidad, la «Fuente de la Juventud» no es otra cosa que el oro, metal del que las tierras americanas eran y son riquísimas. Para el Autor, la ceremonia nocturna del oro es tratamiento y fuente de rejuvenecimiento, gracias a las propiedades benéficas y únicas del mineral, pero además evoca idealmente lo que acontecía, hace más de 500 años, en la Laguna de Guatavita, un lago sagrado para el pueblo precolombino de los Muiscas (Chibchas). Estamos sobre el Altiplano de Bogotá, en el territorio de Cundinamarca, actual Colombia. Por aquí, se cuenta de una grande ceremonia que venía celebrada en ocasión del nombramiento del nuevo cacique, es decir, el jefe indígena de los Muiscas. El elegido, después de un largo ayuno en una caverna sumida en la oscuridad, era conducido de noche a orillas de la Laguna de Guatavita. Allí los sacerdotes lo desnudaban, untaban sobre su cuerpo una resina pegajosa y a continuación lo rociaban con polvo de oro. Tras eso, le entregaban el nuevo cetro de cacique y lo hacían subir sobre una balsa con sus ministros. Mientras la balsa se dirigía al centro del lago, el resto de los presentes permanecía en la orilla encendiendo hogueras y rezando. Al alba, el nuevo cacique lanzaba oro y esmeraldas en la Laguna de Guatavita, como ofrenda a los dioses, inmediatamente después se sumergía en sus aguas, eliminando así del propio cuerpo el polvo de oro. Mientras tanto también los fieles, presentes en la ribera, lanzaban en la laguna preciosas alhajas de oro y otras joyas tachonadas de esmeraldas.

 

Hasta aquí la leyenda. No obstante, detrás de las miles de fantasías e historias surgidas a lo largo de los siglos se esconde una sorprendente realidad que el Autor está finalmente listo para desvelar, con documentos, datos e indicaciones precisas e irrefutables: la ciudad de Manoa, la auténtica ciudad de El Dorado, existió realmente. Se trataba de la capital del Reino de Guyana, fundado por los Incas entre el sur de Venezuela  (Estado de Bolívar) y el noroeste del actual Brasil (Estado de Roraima). Esta ciudad perdida se sitúa en la profundidad de la jungla venezolana, al confín con el Brasil: una tierra salvaje e inhóspita que, conforme al Autor, constituye uno de los territorios más ricos del mundo en oro y diamantes, un auténtico El Dorado minero que los Incas habían descubierto e iniciado a explotar. Durante los siglos XV y XVI, las expediciones europeas no disponían de hombres y medios suficientes para adentrarse en esta región prácticamente inaccesible. En nuestros días, desde el punto de vista ambiental, la situación es sustancialmente idéntica a la de hace cuatro siglos, sin embargo a diferencia del pasado, hoy tenemos a nuestra disposición medios tecnológicos y científicos en grado de superar las adversidades del territorio: pequeños aviones capaces de aterrizar sobre minúsculas pistas en medio de la jungla, helicópteros, satélites, GPS, geo-radar, escáner láser  LIDAR, etc. Con estos recursos, traer a la luz El Dorado es materialmente factible.

Y nos preguntamos: ¿Cómo es posible que el Autor, lanzándose a la aventura hacia el Perú tras haber leído un libro sobre los Incas, haya descubierto y desvele hoy la exacta posición del único y auténtico El Dorado? Digamos pronto que es el fruto de conocimientos reales, teóricos y prácticos, adquiridos en decenios de estudios e investigaciones y no de la ferviente imaginación de un soñador o, en el peor de los casos, de un inventor de historias fantásticas. En primer lugar, ha realizado importantes estudios científicos que lo han llevado a consagrarse gemólogo de fama internacional, uno entre los máximos expertos mundiales en yacimientos secundarios (placers) de oro, diamantes y piedras preciosas. Figurando inscrito a la bolsa de diamantes de Amberes en Bélgica es, a todos los efectos, miembro de la élite mundial de las piedras preciosas. Entrar a formar parte de esta institución, es de hecho, una operación compleja: es necesario presentar tres cartas de referencia de miembros de la bolsa junto a dos firmas, siempre de inscritos, que garanticen por el solicitante. Es obligatorio además superar un examen de admisión frente a una comisión severa y exigente y se requiere un certificado de buena conducta (civil y penal). Una lectura somera de su formación científica sirve para dar cuenta de su formidable preparación en el campo mineralógico.

Citamos aquí, tan solo, sus títulos de estudio principales:

 

  • Graduate Gemmologist (denominación inglesa) Diploma y Basic Sorting of Rough Diamonds Certificate, obtenidos en el prestigioso Instituto de Gemología HRD (Hoge Raad voor Diamant, «alto consejo del diamante») di Amberes (Antwerp) en Bélgica. Esto es, la principal autoridad europea en la clasificación de diamantes y piedras preciosas.

 

  • Graduate Gemologist (denominación norteamericana) Diploma y Rough Diamond Grader Diploma, títulos emitidos por el prestigioso Instituto internacional de Gemología IGI (International Gemological Institute) de Amberes (Antwerp), Bélgica.

 

  • Graduate Diamonds Diploma, del prestigioso Instituto de Gemología GIA (Gemological Institute of America) de Carlsbad, California (es el más conocido centro de investigación y formación en mineralogía de los Estados Unidos), obtenido en el Istituto Gemmologico Mediterraneo di Cavalese, en provincia de Trento, Italia, muy famoso durante los años ochenta y noventa y que entre 1984 y 1991 representó al GIA en Italia.

 

Es importante señalar que las certificaciones gemológicas emitidas por el Hoge Raad voor Diamant (HRD), el International Gemological Institute (IGI) y el Gemological Institute of America (GIA) son las únicas reconocidas y aceptadas en todo el mundo. El Autor, por tanto, habiendo estudiado en estos tres prestigiosos institutos, ha adquirido conocimientos de mineralogía únicos en su sector. A la formación teórica, se ha acompañado una cantidad de experiencias de campo decididamente relevantes.

 

  • Ha adquirido competencias en los yacimientos de piedras preciosas de Chantaburi. Esta provincia tailandesa, junto a la vecina Trat, representa la capital mundial de la variedad más preciosa del corindón: de hecho, provee más del 50% de la producción internacional de rubíes y zafiros. El área se encuentra en una posición estratégica: está situado adyacente al confín con la Camboya, conocida ésta por sus maravillosas gemas (circonio, rubíes y zafiros), y mantiene estrechas relaciones comerciales con la vecina Birmania, famosa por producir los zafiros y rubís de mayor calidad del mundo.

 

  • Mas tarde, el Autor ha convivido con los guaqueros («buscadores de esmeraldas») de Muzo, en el departamento de Boyacá, Colombia: pequeña ciudad conocida como la capital mundial de las esmeraldas. Esta región, que esconde en sus vísceras fabulosas esmeraldas, gemas entre las más preciosas del mundo, ha sido durante decenios lugar de peregrinación para miles de personas, provenientes de todas las partes de Colombia en busca del golpe de fortuna que los hiciera ricos. Miles de desesperados que han pasado su vida lavando tierra a lo largo de la orilla del Río Minero, excavando túneles estrechos y oscuros en la profundidad de las colinas que circundan este curso de agua, viviendo una miserable existencia en barracones improvisados sin corriente eléctrica ni agua potable. Persiguiendo todos ellos el loco sueño de la piedra verde, la gema de inestimable valor en grado de cambiar sus vidas. 

 

  • Asimismo ha compartido experiencias con los mineros peruanos que extraen el oro a lo largo de los bancos y del lecho de los ríos del departamento Madre de Dios. Esta región peruana es riquísima en yacimientos auríferos secundarios de tipo aluvial. La Madre de Dios, como otras regiones de la Amazonia peruana, ha siempre figurado en el imaginario colectivo como un territorio misterioso, inaccesible y lleno de tesoros inconmensurables. Durante el siglo XX ha sido teatro de numerosas fiebres del oro y hoy alrededor de 45.000 buscadores, por lo general ilegales, extraen el precioso metal en esta parte de la jungla peruana.

 

  • El Autor se ha convertido en experto de placers auríferos y diamantíferos acompañando y observando el trabajo de numerosos garimpeiros («buscadores de oro y de diamantes») brasileños. Así ha aprendiendo de ellos todos los trucos del oficio, en lugares varios de Brasil y Venezuela. Ha viajado principalmente por el Estado brasileño de Roraima y la Guyana venezolana (Estados de Bolívar, Amazonas y Delta Amacuro) que, por sus riquezas, pueden ser considerados, con razón, un verdadero El Dorado minero. Según el Autor, el Estado de Roraima posee reservas de oro que pueden ser estimadas en al menos 10.000 toneladas (Reservas deducidas o posibles – inferred). Mientras que para la segunda región citada es posible hipotizar incluso un potencial aurífero mayor, superior a 15.000 toneladas. El valor teórico de 15.000 toneladas de oro, al precio nominal de 55 € al gramo (cotización media del 2022), es de 825 millones de euros, que representa el Nominal Gross Domestic Product – GDP («PIB – Producto Interior Bruto Nominal») de países influyentes como Holanda, Turquía y Suiza (Fondo Monetario Internacional - 2022). La riqueza aurífera de la Guyana venezolana sumada a la del Estado de Roraima, siempre estimación del Autor, constituye más del 20% de las reservas mineras auríferas mundiales: tratándose, sin ninguna duda, de la región más rica de oro de todo el planeta. Su libro, Los Incas, los Hijos del Sol, Manoa: la historia de un fantástico descubrimiento, incluye la descripción detallada de numerosos yacimientos auríferos y diamantíferos de este fabuloso y riquísimo territorio. Esta publicación, por la gran cantidad de datos que contiene, algunos de los cuales desconocidos a la geología oficial, constituye un documento único en su género.

 

Los Incas han sido el pueblo del oro por excelencia. Revestían su existencia, sus casas y templos así como el propio cuerpo, de oro y piedras preciosas. El Coricancha, el templo más importante del imperio del Tahuantinsuyo, considerado el centro religioso de la capital Cusco, tenía las paredes recubiertas de lastras de oro y el patio adyacente lleno de estatuas de oro macizo. Sus estancias estaban embellecidas con esmeraldas, turquesas y otras piedras preciosas. El emperador, su familia y los nobles de sangre real comían y bebían utilizando siempre platos, cubiertos y vasos de oro, como así refieren varios cronistas del siglo XVI, entre los cuales Cristóbal de Molina y Francisco López de Gómara. Los Incas eran capaces de encontrar, extraer y trabajar el precioso metal de manera superlativa y construyeron su El Dorado, la ciudad de Manoa, en un territorio riquísimo en oro y diamantes, como quizás ningún otro en el planeta.

 

En el Nuevo Mundo, la equiparación Incas = oro es de considerarse un auténtico axioma. Por lo tanto, era necesario que las investigaciones arqueológicas relativas a esta civilización, en estos territorios, viniesen conducidas por un profesional con autoridad en el sector mineralógico. Imprescindible, además, que dispusiese de los recursos económicos necesarios para financiar investigaciones costosas y fuese literalmente fascinado por El Dorado, tal y como lo fueron los conquistadores hace cinco siglos.

 

La extraordinaria pasión por la arqueología, la profesión de gemólogo y minerólogo practicada con gran competencia, la vena de aventurero y explorador explican su biografía. Esta – incluso para quien lo conoce – provoca incredulidad, por cuanto fuera de lo ordinario.

 

El Autor ha pasado la propia existencia viajando y viviendo por todo el mundo. De las impenetrables selvas de Nueva Guinea, Tailandia y Birmania a las inaccesibles junglas de la Amazonia sudamericana (Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia y Brasil). Desde la gigantesca cadena montañosa del Himalaya a los enormes glaciales de Tierra del Fuego (Chile y Argentina). De las maravillosas islas de la Polinesia a los perdidos atolones coralinos de la Micronesia. Estos viajes y permanencias le han dejado en herencia, entre otras cosas, fluidez en muchas lenguas, como el italiano, el inglés, el francés, el español, el chicano (español mexicano), el portugués y el portugués-brasileño, además del dominio básico de numerosos otros idiomas, entre los cuales algunos dialectos de la lengua quechua. Son innumerables las narraciones y anécdotas de su existencia y, probablemente, solo una extensa biografía podría restituir su carácter de excepción. Como si de un mazo de cartas se tratase, extraemos cinco escenas al azar. Estas nos muestran cinco situaciones diferentes, en cinco diversos lugares del planeta.

 

  • La primera escena nos muestra una vieja y destartalada avioneta Cessna que aterriza en una estrecha y breve pista de tierra. Está recabada de cualquier manera entre la frondosa vegetación de la jungla amazónica. El Autor desciende del monomotor, trastornado por el duelo con la muerte apenas afrontado. Cada aterrizaje en el corazón de la floresta pluvial es, de hecho, casi un tentativo de suicidio. Se encuentra en compañía de Edgar Gomes, alias MacGyver, como el mañoso agente secreto americano protagonista de una de las series televisivas más originales de los años 80. Además de ser uno de los más hábiles pilotos de toda la Amazonia brasileña, es famoso también por una broma atroz a la que somete a todos sus pasajeros: una vez en alta cuota, apaga el motor y comienza a gritar, declarando que el avión está averiado; cuando el vehículo inicia a precipitar entre las miradas aterrorizadas de los pasajeros, lo pone en marcha de nuevo, retoma altitud y continúa el viaje riendo satisfecho. Estamos en Roraima, estado del Brasil septentrional, en la misteriosa e inexplorada selva pluvial amazónica. La región fue escenario de una de las más locas y sangrientas fiebres del oro de la historia, entre fines de los años ochenta e inicio de los años noventa, a la que el mismo Autor asistió con sus propios ojos. Decenas de miles de buscadores de oro clandestinos, los garimpeiros, llegaron de cada ángulo de Brasil en busca de fortuna, desafiando a las Autoridades, a las tribus indígenas y a condiciones de vida y de trabajo a decir poco infernales, cómo nos muestran las extraordinarias y dramáticas imágenes tomadas por uno de los más notables fotógrafos de la historia: Sebastião Salgado. Demos una idea de las proporciones de esta gigantesca y delirante gold rush, avenida en el territorio yanomami. Más de 40.000 garimpeiros, víctimas de la fiebre del oro y deslumbrados por las posibles riquezas que pudiese esconder aquel territorio, invadieron las forestas del Roraima, remontaron los ríos y abrieron centenares de minas clandestinas: los garimpos. Vinieron construidas más de 150 pistas de aterrizaje ilegales. Los cerca de 500 aviones y 16 helicópteros que proveían a los buscadores de oro transformaron la capital, Boa Vista, en el primer aeropuerto de Brasil por número de despegues y aterrizajes, casi 300 al día. En las inmediaciones de las pistas clandestinas surgieron numerosos campamentos, donde vivían y trabajaban mineros, aventureros, pilotos, prostitutas y comerciantes sin escrúpulos, una especie de nuevo «Far West» en el corazón de las selvas tropicales del Estado de Roraima. A menudo, estos campamentos se desarrollaban hasta el punto de transformarse en auténticas «pequeñas ciudades» (currutelas) en medio de la floresta amazónica. La economía del Roraima explotó en un boom sin precedentes, todo inició a girar vertiginosamente en torno a esta nueva actividad. El oro se convirtió en una segunda moneda paralela al cruzado, la divisa brasileña de la época. El aumento del comercio en Boa Vista superó el 500%, los depósitos bancarios se inflaron desmesuradamente, las compañías de taxi aéreo se multiplicaron como champiñones y fueron abiertas más de 200 oficinas, casi todas ilegales, donde se compraba oro, diamantes y se cambiaban dólares. Se construyeron decenas de grandes y pequeños hoteles, y los comercios, especialmente los de confección, aumentaron enormemente las ventas. El costo de la vida se disparó, haciendo de Boa Vista una de las ciudades más caras de Brasil y de América del Sur. Aquella loca gold rush, no obstante las decididas intervenciones de la Policía Federal y del Ejército brasileño, aún no ha terminado. De este modo, Edgar y, tras su muerte, otros pilotos arriesgan su vida todos los días transportando personas, equipos y provisiones necesarias para hacer funcionar los cientos de garimpos clandestinos presentes en la espesura de la selva de Roraima. Los aviadores se convierten, de esta forma, en los mejores confidentes de los garimpeiros y, de hecho, son ellos quienes recopilan las historias, la información y los secretos. Gracias a estos pilotos, empezando por «MacGyver», el Autor ha recogido con el tiempo preciosa información sobre numerosos yacimientos auríferos presentes en la inmensa floresta pluvial – la mayor parte desconocidos a la geología oficial – y también sobre antiguas ruinas de misteriosas civilizaciones sepultas en la impenetrable selva.

 

  • La segunda, es una escena de amor ambientada en la ribera de un río amazónico. Un feroz caimán, come todas las mañanas al salir el sol, espera al Autor en la orilla: sus ojos fuera del agua que observan. Llega el hombre. Trae consigo trozos de carne de otros animales de la jungla, sacrificados para satisfacer la insaciable voracidad del amigo con quien ha abierto una especie de canal de comunicación y conexión emotiva. Tras haber consumido el manjar, los dos juegan de manera despreocupada durante una media hora larga. El Autor lo cabalga como si fuese un caballo. Solamente cuando el hombre abandona la orilla, el caimán se aleja sumergiéndose en el fondo del río. Pero antes de hacerlo, el feroz animal espera siempre un gesto de saludo del amigo: de este modo comprende que el encuentro ha realmente terminado. A la mañana siguiente, como desde hace días, el caimán se presenta puntual a la cita. La historia de amor durará casi un mes, hasta la marcha del Autor.

 

  • La tercera escena tiene los colores de la misteriosa e inexplorada jungla indonesia. Durante un viaje a la selva tropical del área occidental de Nueva Guinea, hoy administrada por la Indonesia, el Autor está a punto de entrar en contacto con los Korowais, los últimos caníbales del planeta. Se trata de una tribu cuyo primer contacto con el mundo externo fue documentado en 1974: hasta aquel momento, estos habitantes de las selvas pluviales de Nueva Guinea ignoraban completamente la existencia de otros pueblos. El Autor está emocionado y, naturalmente, muy tenso. Los Korowais se acercan ofreciéndole comer carne humana, en señal de agradecimiento por los regalos apenas recibidos. Está envuelta en hojas de banano. Se trata, presumiblemente, de un miembro de la misma tribu, muerto porque poseído y luego devorado desde su interior por un khakhua, un hombre-bruja proveniente del mundo de los infiernos. Un modo, para estos indígenas, de explicar la muerte misteriosa de un miembro de la tribu, en realidad causada por una probable enfermedad tropical de las que aquellas forestas abundan. Según la lógica de los Korowais, para vengarse es necesario despedazar y comer al khakhua como éste ha hecho con las entrañas de la persona fallecida. Bajo consejo del guía y para complacerlos, el Autor acepta y consume el alimento ofrecido, convirtiéndose el mismo en caníbal y viniendo así acogido amigablemente por la tribu.

 

  • La cuarta escena nos transporta al continente asiático, en Myanmar (Birmania), en época de una de las numerosas insurrecciones del pueblo birmano contra la brutal dictadura de las fuerzas armadas que aún guían el país desde el lejano 1962. Ese año subieron al poder gracias a un cruento golpe de estado organizado por el tristemente célebre general Ne Win. Es una tórrida noche de agosto y el Autor se encuentra en la ciudad de Yangôn (Rangún) por actividades profesionales relacionadas con la valoración de preciosísimos rubís y zafiros. Allí tiene ocasión de hablar brevemente con una frágil pero fascinante mujer, que más tarde avanzará a la cabeza de una larga procesión entre la muchedumbre que la aclama, la multitud la venera casi como a una virgen. Parece que un resplandor místico la circunde. Aquella mujer llena de carisma se llama Aung San Suu Kyi y lidera la Liga Nacional para la Democracia (National League for Democracy – LND) que lucha contra la feroz dictadura militar, partido surgido de la revuelta popular «8888», así llamada porque se originó el 8 de agosto de 1988. A distancia de años, el Autor recuerda, aún perfectamente, aquel breve encuentro que provocó en él una gran emoción. Aung San Suu Kyi, hija del héroe nacional Aung San, sostuvo un comicio en la Pagoda Shwedagon ante medio millón de personas el 26 de agosto de 1988, afirmándose así definitivamente como icono nacional, símbolo de la lucha contra la sangrienta dictadura de los militares birmanos.

 

  • La quinta escena se desarrolla en un restaurante, el Ver o Rio, a orillas del Rio Branco, a Boa Vista  en Brasil. Frente a óptimos platos de pescado, el Autor, con ayuda de un intérprete, está charlando con un viejo indio, conocido a través de un amigo garimpeiro. El hombre se llama Vicente Rodrígues Yurawana y es el indio más anciano de etnia Yekuana, además de uno de los últimos depositarios de los mitos y tradiciones milenarias de este pueblo. Los dos se frecuentan desde hace tiempo, su relación se ha convertido casi como la existente entre un padre y un hijo. El Autor llama al viejo indio papá, considerándolo a todos los efectos un segundo padre (El padre del Autor, por coincidencias del destino, se llamaba Vincenzo; Vicente es la variante portuguesa y española del nombre). Y Vicente, a su vez, se abre con él y le cuenta historias a decir poco impresionantes. Encuentro tras encuentro, le desvela todos los secretos de la Sierra Parima y de la región fronteriza entre Brasil y Venezuela. Historias y secretos que viajan atrás en el tiempo hasta la época de los Incas. Vicente, terminado el plato de moqueca, un estofado de pescado con verduras típico de esa zona, se decide a contarle una enésima historia, quizás la más preciosa, que los Yekuanas se transmiten de generación en generación. Hacia el final del siglo XV, llegó al territorio en que vivían los Yekuanas otro pueblo proveniente de lejos, de la «tierra donde se pone el sol» (Sudamérica occidental). Aparecieron un día sobre un majestuoso altiplano (tepuy) que esconde en sus vísceras un laberinto vastísimo de galerías y cavernas naturales. A los pies y en el interior de esta gigantesca montaña edificaron su capital, la legendaria Manoa. Construyeron casas, carreteras de piedra y canales; desviaron los ríos, crearon terrazas agrícolas artificiales en las faldas de colinas y montañas. Eran los únicos en extraer y a trabajar los metales. Sus casas estaban revestidas de oro, sus vajillas estaban forjadas con el precioso metal mientras que sus elegantes vestidos de algodón estaban preciosamente adornados de alhajas áureas y piedras preciosas. Los Yekuanas los llamaban el pueblo de los Winaos (Incas) y los consideraban héroes civilizadores. El Autor escucha en silencio, sus ojos brillan de emoción: Vicente le está desvelando, con impresionante precisión, la posición exacta del tepuy de El Dorado, aquel lugar que está buscando desde los dieciocho años cuando adquirió aquel gran libro negro sobre los Incas en una librería milanesa. Estas preciosas informaciones confirman todo lo aprendido por el Autor, muchos años antes, por un sabio y anciano sacerdote del pueblo Quero, comunidad peruana considerada la última depositaria de los antiguos secretos y tradiciones de la civilización inca.

 

Estas cinco escenas, elegidas sin un orden concreto, muestran algunos trazos de la personalidad del Autor. A su pasión científica y a la valentía de explorador de otros tiempos se acompaña la capacidad de obtener la confianza y entrar en fuerte sintonía y empatía con hombres de lugares distantes por lengua y cultura (y como hemos visto, incluso con animales feroces como el caimán de la selva amazónica).

 

Esta característica propia nos traslada, de alguna manera, de nuevo a los Incas. El Autor ha vivido, de hecho, parte de su existencia en estrecho contacto con los indios de Sudamérica, a menudo pudiendo entender y hablar su propio dialecto. Numerosas son las relaciones que aún conserva el Autor con muchas etnias indígenas de este continente y en particular con los Yanomamis y los Yekuanas de Venezuela y Brasil, los Macuxis de Brasil, los Pemones de Venezuela, los Quechuas de Perú y Bolivia. Un bagaje de experiencias que ha contribuido a convertirlo en el último amawta (amauta) hoy existente en el mundo. En el imperio inca la educación dada a las clases nobles y reales era distinta de aquella recibida por la población común, los hatunrunas, quienes recibían una educación sustancialmente en familia, transmitida de generación en generación. Por el contrario, las clases superiores del Tahuantinsuyo venían educadas por los amautas, que en la lengua quechua significa «hombres sabios». Afirmar que el Autor sea el último amauta puede parecer osado. Pero es un dato comprobable el hecho que hoy sea el único al mundo no solo a saber y poder desvelar la exacta ubicación de la ciudad de Manoa, el verdadero y único El Dorado, sino también a conocer el Código Pakasqa, la escritura secreta de los Incas. Gracias a este conocimiento es capaz, asimismo, de demostrar la dimensión y las rutas de los viajes exploratorios de los Incas en el siglo XV en toda América, hasta la remota Alaska, e incluso en la lejana Oceanía. Es, igualmente, el descubridor del trigésimo octavo dialecto quechua (37 según Torero, 1970 : 249): el Quechua del Guatemala (autodenominado Xinca), herencia de la lengua hablada de los mitimaes militares incas llegados a Mesoamérica en el siglo XV en previsión de un inminente conflicto con el imperio azteca, posibilidad desvanecida tras el inesperado y dramático desembarco de los conquistadores españoles. Como estudioso de los dialectos quechuas, posee una de las más grandes colecciones existentes de diccionarios y gramáticas en esta lengua. Entre sus conocimientos, antes nunca desvelados al mundo, está además la exacta posición de la Yuraq Llaqta (Ciudad Blanca), la ciudad construida por un grupo de mitimaes incas llegados al final del 1400 al corazón de la selva hondureña de La Mosquitia, conocida como la «pequeña Amazonia» por su impenetrable y salvaje territorio.

 

Concluyamos esta breve biografía del Autor dejando que narre en primera persona la relación valiosa con un sacerdote del pueblo Quero, la única comunidad andina que mantiene todavía intacta y conserva celosamente la antigua cultura inca. El anciano Missayuq Kuna o Paqo (Pako) Kuna («sacerdote andino») se convirtió durante un cierto tiempo en su Yaya, o sea «padre y guía espiritual», conduciéndolo de la mano a lo largo del Qhapaq Ñan, «el camino del conocimiento». Fue éste quien le reveló numerosos secretos de la civilización inca, entre los cuales el significado de muchos símbolos de la escritura secreta de este extraordinario pueblo y la exacta posición de la ciudad de Manoa, el verdadero y único El Dorado:

 

«… En una noche de intenso frío, que nos había obligado a buscar refugio cerca del fuego encendido en la chimenea de su humilde morada, a más de 4000 metros de altitud, me hizo una impactante revelación. Mientras estábamos envueltos en una caliente manta de lana y sorbíamos una jarra de chicha caliente, sentados codo a codo, los rostros vueltos hacia el calor de la llama, con una voz grave y profunda, intercalada por momentos de total silencio, mi Yaya me reveló: “Amigo, yo sé que tú, como todos los wiraquchakunas (wiraqochakuna) [persona de la sociedad no indígena, hombre blanco], buscas El Dorado, pero la ciudad de oro de los Incas no está aquí, sino a muchos miles de kilómetros de Cusco, como me contaron mis abuelos. Está inmersa en la frondosa e impenetrable jungla pluvial, en un territorio que vosotros wiraquchakuna llamáis Venezuela, a los pies de una inmensa montaña plana [tepuy] que, por su imponencia, recuerda nuestros Andes peruanos. Pero presta mucha atención, porque alguien vela sobre sus ruinas, alguien muy peligroso”. Tras haber proferido estas palabras se cerró en un silencio total. Después de mirarlo atónito, alcancé mi camastro y vencido por el sueño, dada la hora tardía, me dormí inmediatamente. No imaginaba ni siquiera lejanamente que aquello fuese tan solo el inicio de una increíble aventura que me habría llevado a descubrir el increíble Reino de Guyana de los Incas, con su legendaria capital Manoa: una ciudad sepulta en la infernal selva venezolana, a los pies de un gigantesco y espectacular tepuy, no lejos de la frontera brasileña».

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